¡Dios de ternura!
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La imagen del Evangelio de hoy es fascinante y maternal: «Cuántas veces quise reunir a tus hijos, como la gallina reúne a sus polluelos bajo sus alas, pero no quisiste» (Lucas 13:31-35). Este es el lamento de Jesús por la dispersión, por lo cerrado de Jerusalén a su proyecto.Jesús evoca la sensibilidad, la dulzura, la calidez de la gallina que abre sus alas para que, con comodidad y seguridad, los polluelos se sientan protegidos. Es el rostro de Dios que ama, que cuida, que consuela y que, ante una amenaza, en lugar de paralizar, abre, expande y amplía las posibilidades del amor. ¡Dios se entrega por completo, se entrega por completo!Catalina de Siena escribió que Dios «no puede dar nada menos que a sí mismo. Pero al entregarse a nosotros, nos da todo». La escuela del Evangelio consiste en descubrir el lugar de la ternura de Dios en la vida y hacer de la ternura un camino personal y comunitario.Es cierto que, en medio de la polarización, las numerosas acusaciones y las disputas, las alas de un Dios amoroso y generoso se apagan, pero Él siempre espera nuestro regreso, la comprensión de que el odio y las mentiras conducen al absurdo de la deshumanización y al alejamiento del calor sagrado.En el tercer libro de la Divina Comedia, el Paraíso, Dante se encuentra con Piccarda Donati, una mujer obligada por su hermano a abandonar la vida religiosa para casarse con un hombre rico con el fin de mejorar el negocio familiar. Se cuenta que Piccarda murió de lepra antes de la boda, lo que se interpretó como una gracia divina por sus muchas plegarias para no casarse. En el Paraíso, Dante se sorprende al reconocerla siempre sonriente y exclama: «¡La dulzura que sientes ahora, sin haberla probado, jamás se comprenderá!».La ternura, la buena voluntad y una vida plena solo pueden comprenderse cuando se viven, se demuestran y se experimentan en la vida diaria y en la oración. Se trata de compartir la ternura con el mundo y abrir los ojos para percibir, desde lejos, las alas de un Dios que siempre tiene un lugar para nosotros.P. Maicon
SEMILLA AGUSTINIANA
Recibido
Si ora el hombre para arrojar de otro a un demonio, ¡cuánto más ha de orar para expulsar de sí la avaricia! ¡Cuánto más para expulsar de sí la embriaguez! ¡Cuánto más para expulsar de sí la lujuria y la impureza! ¡Cuántas cosas hay en un hombre que, en caso de perseverar en ellas, impiden su admisión en el reino de los cielos! (Serm 80,3).P. Juan A. Cardenas
Unidos en oración
Recibido
"El Señor mismo marchará al frente de ti y estará contigo; nunca te dejará ni te abandonará. No temas ni te desanimes". Deut 31,8.
Tendrás dificultades constantes y diversas, pero Dios estará siempre de tu parte. No lo olvides. Unidos en oraciónP. Julian Ospina
¡Son tantas las cosas para y por agradecer! Importante agradecer por lo que tenemos y hacerlo también _por lo que no tenemos._
Sabemos que Dios es Justo y Sabio y Él nos dará lo que le pidamos, siempre que sea para y por nuestro bien.Es bueno dar gracias a Yahvé, cantar en tu honor, Altísimo, publicar tu amor por la mañana y tu fidelidad en las noches. Pues con tus hechos, Yahvé, me alegras, ante las obras de tus manos grito: ¡Qué grandes son tus obras, Yahvé y qué hondos tus pensamientos!
Salmo 92: 2-3, 5-6
PALABRAS DEL SANTO PAPA FRANCISCO (Lc 13,31-35)
Recibido
Dios, en realidad, «no puede sino amar. Esta es nuestra seguridad». Puedo rechazar este amor, pero eso significaría elegir ser como el buen ladrón que rechazó el amor «hasta el final de su vida», y allí, al final, «el amor lo esperaba». Incluso el hombre más malvado, el peor blasfemo, es amado por Dios con la ternura de un padre, de un papá, y, parafraseando a Jesús, «como una gallina con sus polluelos». El Dios todopoderoso, el Creador, «puede hacer todas las cosas»; sin embargo, «Dios llora» y «en esas lágrimas» está todo su amor. «Dios llora por mí cuando estoy separado de él; Dios llora por cada uno de nosotros; Dios llora por los malvados, que hacen tantas cosas malas, tanto daño a la humanidad…». En efecto, Él «espera, no condena y llora. ¿Por qué? ¡Porque ama!». (Papa Francisco, Santa Marta, 29 de octubre de 2015)